Cuando los bebés llegan al mundo todo para ellos es nuevo y enorme. Viven en un mundo «king size», todo les parece extremadamente enorme y el mínimo gesto insignificante para nosotros puede ser motivo de susto para ellos.
Los bebés, acostumbrados a vivir en el líquido amniótico y sentir la presión de las paredes del útero, lugar en el que como flotan lo realizan movimientos bruscos, cuando salen del vientre de la madre se siente perdidos en los espacios amplios.
Es más, los movimientos que hacen con manos y piernas involuntariamente pueden asustarles. ¿Qué es lo que les calmaría? Arrullarlos.
A muchos bebés les calma que les envolvamos con un arrullo. El arrullo puede ser de diferentes tejidos como algodón, rizo, lana, pero siempre que se trate de algo elástico y basta con envolver al pequeño, primero el torso, dejándole los bracitos dentro, y después las piernas, incluyendo los pies.
La tela debe ejercer una ligera presión, pero no apretar. Al arrullar al bebé, lo mantenemos calentito y recreamos las sensaciones que tenía en el útero materno y además… ¡está para comérselo con su envoltura de gusanito!
Otra opción para calmarlos sería también ponerlos en movimiento. Colocar al bebé en un portabebés, canguro o bandolera, siempre lo llevamos cerquita del corazón, que oye, y eso le tranquiliza. Es muy importante también que la cabeza esté bien sujeta.
Seguro que con este arrullo el bebé vuelve a sentirse nuevamente protegido como se sentió durante todo el embarazo y se calmará y dormirá. No olvidemos que el contacto físico también tranquiliza mucho al pequeño. ¡todos los cuidados del bebé son pocos para protegerlo!