• Cómo manejar las rabietas.
Sobre todo tienes que tener claro que las rabietas forman parte del desarrollo normal de los niños pequeños. Sabiendo esto, hay que trabajar sobre como debemos actuar los padres. Los que marcan la pauta debemos ser nosotros que para eso somos los adultos y tenemos el rol de educar. Dar amor no significa maleducar. Todo lo contrario. El “no” ayuda a crecer.
Educar consiste en ser capaz de retrasar la gratificación y enseñar al niño que vivimos en sociedad, con unas normas que facilitan la convivencia. Las normas o límites , además de pocas, deben ser claras (en el lenguaje que el niño entienda) y precisos (“recoge los juguetes”, en vez de “me gustaría que recogieras los juguetes”). Además deben ser congruentes y consensuadas por los adultos responsables y no cambiar según el cansancio o el ánimo de los padres.
El primer paso ante una rabieta debe ser no ceder y mantenerse sereno. Ese “no” debe ser firme e irrevocable, a pesar del enfado, el llanto y el pataleo ya que, en caso contrario, el niño habrá encontrado la clave para conseguir todo lo que desee. Si se cede unas veces y otras no, el niño se confunde y no acaba de entender cual es la forma correcta de actuar ya que no hay directrices claras.
Durante la rabieta es común que el niño pierda el control, pudiendo llegar a golpearse o a hacerse daño con algún objeto cercano. Por esa razón es importante retirar de su alcance cualquier elemento peligroso y a veces sujetarle con firmeza. Es importante que el niño no detecte angustia ni miedo en los padres porque sabrá entonces lo que tiene que hacer para manipularlos. Los padres tienen que mostrar tranquilidad (no enfado) y firmeza.
Una vez que el niño se ha dado cuenta que su deseo no va a ser concedido, el siguiente paso es ignorar su conducta. Esto supone eliminar cualquier contacto con él, ya sea visual, físico o verbal. Se puede usar también el “tiempo fuera”. Consiste en apartar al niño de la situación que provoca la rabieta hacia un lugar neutro donde no reciba refuerzos ni estímulos (televisión, cuentos…), ni pueda jugar. Únicamente se ha de explicar que va a estar apartado unos minutos, dado que su actitud no es correcta y después continuará lo que estaba haciendo. Se le deja ahí durante un minuto, por año de edad.
La retirada de atención debe mantenerse desde que comienza el enfado hasta que termina, momento en el que se establece contacto de nuevo. Esto logra extinguir la conducta.
Puede ocurrir que en los primeros días se produzca un incremento en el número, intensidad o duración de las rabietas. Incluso pueden aparecer otras conductas negativas. Esto supone que el niño es consciente del cambio en su entorno; por eso es importante mantenerse inflexible y no ceder. Lo habitual es que si esto se aplica, las rabietas van desapareciendo.
Para que funcionen los procedimientos de extinción es necesario reforzar todas las conductas positivas que se producen fuera de la rabietas. De este modo los niños aprenden cuál es la manera correcta de formular sus peticiones y el modo apropiado de comportarse en determinadas situaciones difíciles.
Si las rabietas no desaparecen con la edad, o son inmanejables, se puede consultar con el pediatra o con el pedagogo.